dilluns, 25 de març del 2013

Todo lo que era sólido (I). (Antonio Muñoz Molina)





"En marzo de 1974 fui detenido y encerrado durante unos días en los calabozos de la Dirección General de Seguridad por participar en una manifestación contra la condena a muerte del anarquista catalán Salvador Puig Antich. Durante semanas, según se acercaba el cumplimiento de la sentencia, se habían repetido las protestas, se había extendido por todas partes una ola de incredulidad y de rabia. En la prensa, a pesar del miedo, porque el gobierno podía cerrar de la noche a la mañana un periódico, se publicaban ya muchas cosas. Triunfo y Cambio 16 salían cada semana, Cuadernos para el Diálogo todos los meses. Los antifranquistas comprábamos a diario Informaciones. En cada uno de esos medios se publicaron protestas veladas o explícitas contra la ejecución. Hasta Camilo José Cela escribió un artículo contra la pena de muerte que recuerdo claro y valiente. En la Ciudad Universitaria de Madrid varios cientos de personas cortamos el tráfico de la avenida Complutense. Helicópteros y policías a caballo nos pusieron en fuga. Los más torpes o los más aturdidos no llegamos muy lejos. El calabozo en el que me encerraron estaba lleno de gente detenida durante la manifestación. Había un sordo clamor cívico contra la bestialidad de la dictadura, que hizo ejecutar el mismo día y a la misma hora a Puig Antich y a un pobre delincuente común, un polaco del que sólo recuerdo que se llamaba Heinz Chez.
El nombre ha saltado intacto en la memoria, después de casi cuarenta años sin recordarlo. Heinz Chez. Hace no mucho vi en televisión una película que se hizo en 2006 sobre Puig Antich, Salvador. Algo me llamó la atención: en esa película, las únicas protestas que aparecían pasaban en Cataluña. Las víctimas, los buenos, eran catalanes y hablaban en catalán. Los policías, los militares, los ejecutores, hablaban en español. No era una historia de fascismo y antifascismo, sino de españoles contra catalanes. O más exactamente: ser español y ser fascista era tan congénito como ser catalán y estar limpio de complicidad con la dictadura. Nadie que no fuera ostensiblemente catalán mostraba la menor humanidad. Los manifestantes que aquel día de marzo gritábamos y corríamos en Madrid perseguidos por los caballos y vigilados desde arriba por los helicópteros de la policía no habíamos existido. Tampoco las personas que fuera de Cataluña se habían jugado la libertad escribiendo artículos, firmando manifiestos. Los carceleros, los policías que interrogaban y torturaban a Puig Antich, tenían en la película un acento andaluz de caricatura.
Primero se hizo compatible ser de izquierdas y ser nacionalista. Después se hizo obligatorio. A continuación declararse no nacionalista se convirtió en la prueba de que uno era de derechas. Y en el gradual abaratamiento y envilecimiento de las palabras bastó sugerir educadamente alguna objeción al nacionalismo ya hegemónico para que a uno lo llamaran facha o fascista."