El nombre ha saltado intacto en la memoria, después de casi cuarenta años sin recordarlo. Heinz Chez. Hace no mucho vi en televisión una película que se hizo en 2006 sobre Puig Antich, Salvador. Algo me llamó la atención: en esa película, las únicas protestas que aparecían pasaban en Cataluña. Las víctimas, los buenos, eran catalanes y hablaban en catalán. Los policías, los militares, los ejecutores, hablaban en español. No era una historia de fascismo y antifascismo, sino de españoles contra catalanes. O más exactamente: ser español y ser fascista era tan congénito como ser catalán y estar limpio de complicidad con la dictadura. Nadie que no fuera ostensiblemente catalán mostraba la menor humanidad. Los manifestantes que aquel día de marzo gritábamos y corríamos en Madrid perseguidos por los caballos y vigilados desde arriba por los helicópteros de la policía no habíamos existido. Tampoco las personas que fuera de Cataluña se habían jugado la libertad escribiendo artículos, firmando manifiestos. Los carceleros, los policías que interrogaban y torturaban a Puig Antich, tenían en la película un acento andaluz de caricatura.
Primero se hizo compatible ser de izquierdas y ser nacionalista. Después se hizo obligatorio. A continuación declararse no nacionalista se convirtió en la prueba de que uno era de derechas. Y en el gradual abaratamiento y envilecimiento de las palabras bastó sugerir educadamente alguna objeción al nacionalismo ya hegemónico para que a uno lo llamaran facha o fascista."
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