Tomasa Cuevas i Miguel Núñez.
Relat que fa Tomasa Cuevas de la seva dentenció i de les tortures que va partir l'abril de 1945 a Barcelona. (Extret del llibre "La Carta" d'Antoni Batista.)
Me detienen el 4 de abril del 45, y dos días después a Miguel. Nos habíamos conocido un año antes, cuando yo llegué desterrada a Cataluña. Curiosamente, nos conocimos haciendo paquetes para la Navidad de los presos. A Miguel le llamábamos el «político-militar», porque tenía un pie en cada lado, en el aparato político y en la guerrilla, y yo hacía de enlace entre uno y otra.
Muy de cerca me tocó lo peor de la represión, las ejecuciones de compañeros: Puig Pidemunt, Mestres, Carrero y Valverde, que era mi contacto. Fue cuando les detuvieron, precisamente, que «fabricamos» a Estrella, porque a Miguel el partido le ordenó que no le diera el sol, y estuvimos dos meses encerrados en una casa, sin salir para nada. Podríamos decir que, en este sentido, nos casó Creix.
Cuando me detuvieron a mí, fue terrible.Ya me estaban esperando, porque venía de una condena cumplida en Segovia, tenía antecedentes.Yo tenía mucho miedo, porque los camaradas me habían hablado de las torturas de la Vía Layetana, pero bueno, tenía claro cuál era mi deber y el miedo no me frenó: llegué a transportar bombas en mi bolso.
Al final, nos siguieron y nos detuvieron a unos cuantos, a Juanito Cuadrado lo hirieron gravemente, porque hubo tiroteo. A mí me cogieron a punta de pistola y me llevaron ante los hermanos Creix, Polo y Quintela. Empezó a pegarme Polo, que era tan bajito como yo. Luego me apretaba la cabeza entre sus manos, una presión terrible por las orejas que producía muchísimo dolor. Terminé sangrando por la nariz y por la boca, y me rompieron un diente de un puñetazo, que logre escupir. Fueron varios días de tortura y al final ya no sabía en qué día estábamos.
Creix tenía el caso estudiado, me contaba las cosas que había hecho a veces con bastante detalle, y trataba de entablar conversación conmigo, de convencerme para que dejara el partido pero antes contándoles todo lo que querían saber, claro. Me decía que me habían seguido varios días y me preguntaba por las citas que tenía, con quién me veía, para qué. Me habían visto en una cita en la Rambla Catalunya, con Josep Fabregat, y me preguntaron mucho por él, pero yo me mantenía en mis trece, yo no sabía nada de nada porque se habían confundido de persona. Pero llamaron a los ocho policías que me habían seguido, en días sucesivos, y me hicieron un careo con ellos. Me identificaban sin ninguna duda, que no había error y que la persona a la que siguieron era yo.
Todo esto duró varios días, y mientras preguntaban iban pegándome. Recuerdo muy bien la noche más terrible, porque me dejaron secuelas que todavía arrastro. Polo me lanzó contra la pared y me pegaba y me pegaba, hasta que la cabeza dio muy fuerte contra el muro y me caí, casi desmayada. Entonces vino Creix, me levantó por los brazos, me levantó y luego me sentó en una silla. Para evitar que perdiera el conocimiento, me clavó un pisotón muy fuerte sobre las uñas de los dedos; el dolor fue tan intenso que me despertó, y Polo siguió pegando y preguntando, pero no me sacaron nada.
Aquellos días me costaron dos años de hospital para rehacerme de las torturas, pero me quedó una lesión crónica en la nuca y la columna vertebral desviada.
Antonio Juan Creix.
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